Hace días, hablando con una persona que de esto del teatro entiende un poco, me decía que Chéjov era muy bueno, que estaba casi a la altura de Shakespeare. Yo le decía que sí, que sí, que lo llevaba claro, que como Shakespeare no había nada.

Mi contacto con Antón Chéjov se limitaba a los monólogos que montamos hace algo más de un año, que unos fuimos más por Gógol y otros se decantaron por El jardín de los cerezos. Ninguna de las dos opciones quedó muy aparente, pero por lo que se ha visto después no hay que achacárselo a los autores.

Este fin de semana pasado, en el Teatro de la Estación se representaba La ruleta rusa, de Enric Benavent, un montaje de Teatro El Zurdo, con un texto basado en unos relatos humorísticos de Chéjov. Estuve en duda hasta diez minutos antes de la hora anunciada, me temía que fuera un aburrimiento de rusos serios y taciturnos. Lleno absoluto en la sala, un calor asfixiante, un pianista, dos señoritas repartiendo chupitos imagino que de vodka (a mi no me llegó) al respetable... Y qué maravilla de obra, sí que es verdad que era bueno Chéjov, o es que Enric Benavent lo ha sabido adaptar perfectamente o que los actores eran buenísimos, que lo eran.

Primero el estornudo desencadenante, la señora y la institutriz de sus hijos (vaya texto), luego el engatusador de esposas de amigos, el hijo veinteañero al que el padre duda entre iniciar en los placeres del sexo de pago o regalarle un paraguas, el efímero éxito en los periódicos, el vulgar campesino enamorado repentinamente de la viuda acaudalada...


Realmente genial, no llega a las alturas de Shakespeare, pero tampoco hay que tenerle miedo a la literatura dramática rusa de ahora en adelante.

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