August 12, 2016


La más alta ocasión


La noche del 11 al 12 de agosto de 2011, hace ahora más o menos cinco años exactos, me subía al escenario del Caballón para leer el pregón que me habían encargado desde el Ayuntamiento de Castellote para abrir las fiestas de la Virgen del Agua de aquel año. La más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Decía así...

Muy buenas noches a todos, alcalde, Majas, castellotanos, visitantes y público en general. Ya están aquí las Fiestas de Castellote.

En primer lugar quiero agradecer al Sr. Alcalde, a la corporación municipal, y en especial al concejal responsable de las fiestas, la confianza que han depositado en mí al proponerme como pregonero de las Fiestas en Honor a la Virgen del Agua del año 2011.

Nunca se me había pasado por la cabeza la posibilidad de estar hoy aquí delante de tanta gente, subido en este escenario y dirigiéndoos estas palabras. Pero me pudo el ego, y la insistencia del concejal de festejos, y después de pensarlo un poco, acepté el reto. Porque para mí el estar hoy aquí es un reto, un compromiso y una responsabilidad. Y también, claro está, un honor y un placer.

Tres o cuatro cosas se me ocurren que para un castellotano pueden ser uno de esos logros que te llenan plenamente: resultar elegido alcalde, que le pongan tu nombre a una calle, tener un busto a la entrada del pueblo, ser pregonero de las fiestas... Yo sin proponérmelo ya he llegado a esto último; y digo sin proponérmelo porque yo, que me gusta pasar desapercibido y no ser protagonista de nada, me siento un poco raro aquí, siendo, con permiso de las Majas y de todos vosotros, el protagonista de la fiesta.

Menos mal que serán sólo diez minutos, ya que en cuanto acabe de hablar, les pongamos las bandas y gritemos aquello de «Viva Castellote», «Viva la Virgen del Agua», los protagonistas pasaréis a ser vosotros: aquellos que están sentados en la Baltita, los que levantan una pancarta animando a las Majas, o el niño aquel que se está durmiendo en el carrito. También los que no han llegado o lo harán mañana o pasado.

Si algo tienen las Fiestas de la Virgen del Agua es esa enorme capacidad de convocatoria. Al Llovedor viene mucha gente, a San Macario a pesar del frío, también; y un poco menos a San Cristobal, Santa Águeda o el Llodedor de las mujeres. Pero las fiestas de agosto no se las quiere perder nadie. Unos vienen una semana antes para ir limpiando la peña, preparando los disfraces o montando la carroza. A la mayoría les gusta estar el jueves para ver a las Majas, oír el pregón y no faltar al primer baile con orquesta; el que tiene que trabajar esta semana hace lo imposible por montarse en el coche nada más acabar y llegar el viernes a la prueba como tarde. Y el que está muy lejos, no tiene vacaciones o por la razón que sea, no puede pasar alguno de estos seis días por aquí, se los pasa pensando en Castellote y echando mucho de menos el ambiente, el jolgorio, el ruido, el mucho comer, beber y divertirse y el poco dormir.

Pero a pesar de todos estos divertimentos, las fiestas no serían lo mismo de no tener ese otro componente de reencuentro con amigos y familia que les aportan un valor extra.

Hace un tiempo, para mí las fiestas eran coger la bicicleta a las cuatro de la tarde y no aparecer por casa hasta que se hacía de noche. Eran gastarme veinte duros en petardos y pegarles fuego en media hora. Eran subir por detrás del «poli» y asomarnos a las ventanas a ver cómo bailaba la gente. Las fiestas eran colgar las banderetas de un lado a otro de la calle, o echar un partidillo de baloncesto a una canasta y no dejar a los vecinos dormir la siesta. Las fiestas también eran pasarnos la tarde jugando al billar en el Batán, o fundirnos la propina en la máquina del Seco. Eran también ir a ver el tiro a San Macario, correr el maratón y llegar de los últimos o jugar al futbolín mientras nos preparaban la cena. También pasar a buscar a Kiko, sin el que siempre me he sentido un poco perdido; o que el toro embolado te quemara los pelillos, tocar la guitarra en la Sal y Pimienta, dormir en una carabela o buscar a mi tío al final del baile a ver si se pagaba algo.

Pero sobre todo era pasarse la noche del lunes despierto, estirando las fiestas siempre un minuto más. Me parecía que si el lunes se alargaba y se alargaba, las fiestas no iban a terminarse nunca.

Ahora las fiestas significan pasar un rato con los abuelos, aunque ya nos hayamos mudado todos de Martín Alonso y la calle los Mártires a las casitas del centro de día. Lástima que allí no preparen una tortilla de patata, ni un lomo empanado como el que nos recibía los viernes por la noche cuando éramos pequeños. Son también levantarme muerto de sueño y arreglarme corriendo para bajar a tomar el vermú en el Orujo, mi segunda casa aquí. Son juntarme con esos de ahí, los de la camisa verde y el Skarry en la espalda y vivir juntos las veinticuatro horas de estos días. También son entrar en los Templarios y subir a hacerles una visita a los Pijos o mosquearnos enormemente cuando la S.A. nos gana en los disfraces.

Pero sobre todo las fiestas ahora son respirar con alivio el lunes por la noche por haber sobrevivido, y empezar a esperar ilusionado las del año que viene.

Dejando a un lado esta parte sentimental, que cada uno tendrá la suya, y pensando objetivamente qué tiene de especial Castellote, coincidiremos en que tenemos la suerte de vivir en un enclave privilegiado. La primera vez que alguien viene, nadie espera pasar el túnel y que de repente aparezca el Caballón. Es entonces cuando el forastero vuelve la mirada sorprendida para comprobar de donde ha salido y descubre un poblado que se extiende ladera abajo de la Atalaya, a los pies del castillo, creando una estampa de postal.

El pantano y la ermita del Llovedor son otros dos lugares que no se pueden dejar de visitar, al igual que el remozado y casi irreconocible castillo, al que vale la pena subir, ahora sin mucho esfuerzo, para disfrutar de unas vistas privilegiadas e impregnarse un poco, quién sabe, de su espíritu templario. O podéis probar a salir una tarde al caer el sol de camino hacia el Ingenio, y veréis qué delicia.

Todos, quien más quien menos, tenemos en nuestra mano hacer algo para que Castellote crezca y salga en el mapa no sólo al lado de una temperatura. Desde el Ayuntamiento, teniendo iniciativas atrevidas e innovadoras, como el Encuentro de Comunidades Aragonesas en el Exterior, que nos convirtió durante un fin de semana en la capital de Aragón, y también preocupándose del día a día de sus habitantes y ayudando a cubrir sus necesidades básicas. Vosotros, los que vivís aquí, y sobre todo los jóvenes, que los abuelos ya han hecho bastante, creando riqueza para el pueblo, no sólo material, sino aportando ideas, por pequeñas y simples que parezcan, e implicándoos en cualquier detalle que ayude a que Castellote siga vivo. Y nosotros, los que vivimos fuera y venimos unos mucho, otros no tanto, hablándoles de Castellote a nuestras amistades y conocidos. Sembrándoles esa curiosidad en el cuerpo que haga que un fin de semana de otoño, cuando estén aburridos en casa sin saber dónde ir, cojan el coche y cambien el Pirineo por el Maestrazgo, se alojen en una casa rural, visiten el Torreón Templario, suban al castillo, coman en la fonda, cenen en el Guarch, se lleven unas pastas del horno y el lunes, cuando vuelvan al trabajo les digan sus compañeros: «Oye, este fin de semana hemos estado en Castellote. Vaya pueblo bonito y qué gente tan amable. Tenéis que ir».

Ahora sólo me queda despedirme, pero antes quiero desearos a todos que estas sean las mejores fiestas de vuestra vida, que os divirtáis más que nunca y que hagáis que el resto del pueblo se divierta con vosotros. Que cantéis, bailéis, gritéis, saltéis y os riáis el doble de lo que lo hicisteis el año pasado. Y que por irrelevante que ahora os parezca, haya algo positivo que os haga recordar siempre las fiestas de 2011. Disfrutadlas.

¡Viva Castellote! ¡ Viva la Virgen del Agua! ¡Felices Fiestas!

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August 08, 2016


Un hada chalada y un duende chiflado


Como dicen en Fotogramas, Nuestros amantes, se deja ver.

Cartel de Nuestros amantes

Pero a los que nos gusta el dulce nos queda la impresión de que la guinda de los diálogos no ha quedado lo suficientemente escarchada. Les falta esa chispa que hace que te los creas, ese ruido de fondo en los bares, en el parque, ese ritmo de dos personas hablando con naturalidad.

Noriega y Jenner en el Parque Grande

Eso sí, Zaragoza sale preciosa: la calle Alfonso, el Museo Pablo Serrano, La Bendita, el Parque Grande José Antonio Labordeta...

Además el tema principal de la película corre a cargo del maestro Bunbury, así que si estáis en Zaragoza y aún no la habéis visto, deberíais pasaros por el cine antes de que sea demasiado tarde.


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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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