March 24, 2009


De esto que no se entere nadie


La verdadera razón para aceptar el viaje a la isla donde nació la Venus de Boticelli fue puramente arqueológica. Sí, una expedición parecida a las películas de Indiana Jones cuando va a buscar un tesoro templario o unas tablillas hebreas, sólo que con menos medios.

Lo explico. ¿Os acordáis de la historia del Caballero de la Roja Nariz? Cuando empecé a interesarme por sus andanzas, había partes de su vida que no estaban muy claras, ya se sabe lo que pasa con estos héroes medievales, hay mucha leyenda alrededor de su vida, los cronistas exageran sus hazañas y cuando pierden el favor de su señor, desaparecen de la escena durante un tiempo.

Así, hay episodios de la vida del Caballero de la Roja Nariz que permanecen en la oscuridad de la historia. Aparte de su vida amorosa, que es la que más interesó a juglares y trovadores de la época, poco más se sabe. De las batallas en las que tomó parte, de los señores a los que sirvió, de su destreza empuñando la espada, apenas unas líneas sueltas aquí o un párrafo confuso allá.

Hasta ahora sabemos con certeza que pasó una temporada en los alrededores de Worthing, en misión comercial, pero sin más datos, y que a finales del siglo XII participa en la tercera cruzada, a las órdenes de Richard the Lionheart y que permanece una temporada, también breve, en Chipre.

Siguiendo esa pista acepté lo del mejillón, como excusa para buscar algún resto de su recorrido por el mediterráneo oriental. Y fue el azar el que quiso que los resultados de la investigación no fueran del todo desalentadores.

Hace quince días, aprovechando la tarde libre que teníamos por delante, cogimos un taxi en dirección a Nicosia, capital del país. Ni en Limassol, ni en Pafos, ni en el castillo de Colossi había el menor rastro de el caballero de la nariz de goma roja.

Una vez en Nicosia, teníamos tres horas para encontrar algo. Nuestro primer destino fue la Catedral de Ayios Ioannis, pero por desgracia estaba cerrada. Después de preguntar a un fulano que pasaba por allí, nos encaminamos, siempre en taxi, a la iglesia de Panagia Chrysaliniotissa, una especia de pequeña ermita bizantina que nos dijeron era las más antigua de Nicosia, fundada por la reina Eleni Palaiologou, en el siglo XV. Entramos y se nos nubló la vista. Oro y plata por todas partes. Iconos, tablas, pinturas, relicarios, Biblias, exvotos, santos, vírgenes, de todo y todo muy antiguo; cuánta belleza en un espacio tan reducido. Y todo se podía tocar, y si querías saber algo, no había más que preguntar al hombre que estaba a cargo de la iglesia.

Y de repente lo ví, después de dar muchas vueltas y hacer muchas fotos. Una tabla roñosa y sucia, escondida detrás de unos iconos amontonados en un rincón, que en origen debió de lucir su policromía con todo esplendor, pero en la que ahora el único punto de color era una ligera mancha roja en lo que debería haber sido la nariz del retratado. Éste es, pensé nada más verla. Cogí la tabla con cuidado y le pregunté al improvisado guía turístico. «¿Sabe de quién es esta imagen?» «Dicen —contestó el guía en un inglés más que aceptable—, que es un caballero aragonés que pasó aquí una temporada antes de cruzar hacia Tierra Santa, pero no sabemos ni el nombre ni la fecha exacta de su estancia en estas tierras. La única información que tenemos es una inscripción en caracteres helénicos que hay por detrás, pero ya le digo que no significan nada. Mírela si quiere, pero además esta muy desgastada.» Y aunque a simple vista no me decía nada, me hice una copia, por si acaso, porque caballeros que tuvieran una nariz roja, en aquellos tiempos, no debía de haber muchos.

Α ;θε νθνψα τε ηαβιαν μανδαδο θν βεσο δεσδε ταν λεξοσ, εη? Πθεσ υο τε μανδο νο θνο, σι νο δοσ, υ βιεν λαργοσ. Υ ;θε με γθσταρ'ια θν μοντον ;θε εστθωιερασ α;θι ψονμιγο. Μθψηοσ βεσοσ, τθ ψηιψο ωιαξερο.

Ayer por la noche, después de mucho combinar letras y buscar códigos secretos encontré algo, mucho más sencillo de lo que parece. Tenía razón el guía, ninguna de las palabras existe en griego, ni antiguo ni moderno, pero sustituyendo las grafías griegas por su equivalente en castellano... ¡Eureka! El resultado es este:

A que nunca te habian mandado un beso desde tan lejos, eh? Pues yo te mando no uno, si no dos, y bien gardos. Y que me gustaría un monton que estuvieras aqui conmigo. Muchos besos, tu chico viajero.

¿Misterio resuelto? Parece que sí que pasó por Chipre el Caballero de la Roja Nariz, y conociéndolo, casi podría atreverme a asegurar en quién pensaba cuando escribió este mensaje...


Cuando nos marchamos, el hombre que vivía en la iglesia nos regaló un clavel a cada uno y nos deseó suerte en la vida. Clavel que perdí aquella misma tarde.

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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