Samuel es muy feliz. Siempre está sonriendo, y cuando no sonríe se ríe, a carcajadas. A veces se enfada un poco, cuando no le hago caso, pero se le pasa enseguida.

A clase se trae todos los días todos los libros y todos los cuadernos y todos los lápices y todos los rotuladores y todos los bolígrafos que tiene en casa. Hay días que me hace pensar que se trae también todos los libros que llevaba en el colegio, y todas las plastidecor y la plastilina... Con lo que nos queda de curso puede que resista, pero más de un día he pensado que se le reventarían las costuras de la mochila y tendríamos que recoger material escolar en un radio de 7 km.

Samuel está en 1ESO B. El miércoles pasado hicimos un exámen, el penúltimo del curso para el que no tenga que cumplir el trámite de las pruebas extraordinarias. El exámen era de un tema, que si no se me estresa el personal, y a mí, que soy el que pone las preguntas me parecía muy fácil. Al bueno de Samuel, le debió de parecer pan comido.


«Este tío incluye las respuestas en el enunciado de las preguntas...» «Yo me saco el 10 seguro, bueno, con mi caligrafía igual me baja un poco la nota...» «Lo voy a tener todo bien y sin haber abierto el libro...» Digo yo, ¿se le pasarían estas frases por la cabeza o estaba tan concentrado que ni eso?

Aparte de cuando no le hago caso, también se me enfada un poco cuando me lo cruzo por los pasillos y me pregunta que si le voy a aprobar. «¿Pero tú qué vas a aprobar, Samuel?» — le digo.

Pero se le pasa enseguida, y se va tan feliz con su mochila.

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