October 08, 2008


Vendo circo de tres pistas para entrar a vivir


Cuatro semanas hace que me incorporé a la plantilla, no es mucho tiempo, apenas un mes, pero ya puedo hablar de la gente que ocupa los carromatos, de sus costumbres, de sus manías, de sus vicisitudes.

Empezaré diciendo que somos un circo pequeño, de pueblo, un circo tan pequeño que para completar la troupe reclutamos artistas circenses de pueblos de los alrededores.

En mi contrato ponía que me dedicaría a la doma, domador de fieras, pero ya os podéis imaginar que en los circos pequeños se acaba haciendo de todo, hay días que toca subirse al trapecio, otros días vender entradas... yo lo que peor llevo es meter la cabeza dentro de la boca del cocodrilo, porque la tengo bastante gorda y este cocodrilo tiene muy poco juego mandibular y algún día nos llevaremos un susto.

Por edad, y porque ya voy teniendo una experiencia como mozo de pista, desde el primer día tengo a mi cargo cuatro grupos de artistas. En el carromato de 1ºA conviven 24 artistas y en el de 1ºB, 25. Una de las cosas buenas que tiene este circo es que la distribución en los carromatos la hacen de forma bastante equitativa, quiere ésto decir que hay hábiles y menos hábiles en los dos grupos, aunque siempre hay pequeños fallos que hacen que las capacidades artísticas de los aspirantes estén descompensadas. En 1ºA por ejemplo, a primera vista se intuye que va a haber una abundante cosecha de payasos, mientras que en 1ºB se decantan ya desde el principio más hacia el malabar: a la mínima oportunidad que tienen se preparan una esfera de papel y se la lanzan unos a otros con una habilidad sorprendente para su edad.



En los carromatos de 2º la cosa cambia. Para empezar la población se reduce un poco y sólo tenemos 41 aspirantes (21 en 2ºA y 20 en el B), matriculados, que hagan vida en la gran familia del circo 39, porque hay dos que prefieren irse con su gran familia a recoger chatarra, robar melocotones o vender lencería fina (3 bragas 3,00€ y le regalo una faja de seguridad) por los pueblos de la comarca.

Éstos que ya tienen experiencia son más difíciles de engañar, han abandonado sus tendencias humorísticas características del primer año y se inclinan hacia el lado de la fauna salvaje. Parecen ñúes. La frase que más repiten es: «Yo estoy aquí porque me obligan», que a mí, personalmente, son seis palabras que así combinadas me encienden la sangre, pero como el látigo sólo lo puedo usar en la pista central y los días que hay función, me consuelo apretando el puño con fuerza hasta que me clavo las uñas en la palma de la mano, cuento hasta tres, me acerco, les acaricio el lomo y les doy un azucarillo mientras pienso: tú vas a pasar por el aro como todos, y si te pones tonto, lo remojo en gasolina y le pego fuego, que estos números al público le encantan.

Qué vida más achuchada, ¿algún rato libre tendrás, no?, se preguntará el lector que conozca este mundo sólo como espectador. Pues alguno hay, pero tampoco os creáis, porque los elefantes lo de pasar por encima de «Angélica la domadora» a cámara lenta y sin pisarla lo hacen muy bien, pero por más que les expliques que sus cosas las han de hacer dentro de un cuarto donde pone «WC» en la puerta, no lo acaban de entender, y claro, alguien tiene que limpiarles la jaula.

Y así pasamos los días. Algo hay que hacer en esta vida.

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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