Nada más meterme la entrada en el bolsillo pensé que la taquillera me había engañado, pero no; el escenario se ve perfectamente, y si hubiera apretado mucho los ojos podría incluso haberles visto las caries a los actores.

Debo de tener una inclinación al autocastigo porque pagar 17,00€ por ver algo que veo, con matices atenuados, cada día, tiene su misterio. Pero pensaba que podría aprender algo al ser espectador y no protagonista de la obra.

El enemigo de la clase, sobre un texto de Nigel Williams (Class Enemy), está en el Principal hasta el domingo 24 de febrero, y cuenta una jornada de instituto en el que un grupo de seis alumnos acaban de deshacerse de la última profesora que ha intentado poner un poco de orden en sus vidas. Como no tienen enemigo contra el que luchar, se aburren, y deciden dar una lección magistral cada uno de ellos.

Interpretada por seis actores jóvenes, muy jóvenes, resulta una obra dura, aunque haya habido gente que se ha reído. Para mi gusto, Críspulo Cabezas en el papel de Sapo, lo borda; y ha habido un momento en el que hubiera subido arriba (es lo malo de estar tan cerca del escenario) a darle dos ostias al Mazas (Bernabé Fernández), así que tampoco lo debe de haber hecho mal. Sin embargo la pelea no me ha acabado de convencer, pero pelearse en teatro tiene que ser tan difícil... y al Chanas (Diego Fajardo) le habría gritado lo que me dicen a mí cada lunes: «¡¡¡Volumeeeeeennnn!!!» (es lo malo de que estuviéramos apenas 50 espectadores, que parecía un ensayo general).

Conclusión, que solución no he encontrado ninguna, pero es que cada vez estoy más convencido de que intentar enseñar a quien no quiere aprender es tarea imposible, no valen ni motivaciones, ni teorías ni historias varias. Al final habrá que decir como dice el profesor de la obra: «Yo renuncio».

Teatro, Docencia

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