August 21, 2008


La pasión por el bingo de Esther Tusquets


Si exceptuamos los bingos verbeneros del pueblo, sólo una vez he estado en una sala de bingo. Y todos los números que sacaban estaban en uno de nuestros cartones, pero los negativos efluvios etílicos hicieron que no nos diéramos a tiempo cuenta de nuestra fortuna.

En ¡Bingo!, de Esther Tusquets, también pasan estas cosas.


Un hombre mayor, a punto de cumplir los sesenta, y del que no sabemos el nombre, ha perdido todo interés en la vida. Ya no le interesa el arte, ni viajar ni siquiera las mujeres; dedica su tiempo a pasear, sin rumbo, y un día, casi sin quererlo, buscando refugiarse del calor, entra en un bingo.
No es mal lugar un bingo para dejar transcurrir en paz lo que resta de tarde, las largas horas que faltan todavía hasta que llegue el anochecer y poder volver a casa y cenar cualquier cosa con Adela ... y tras unos minutos de charla, manifestar que está cansado, desearle buenas noches, encerrarse en su dormitorio y dar por terminada la jornada.
Y a los cuatro o cinco días vuelve, y mientras está pensando en Ana
...y sin embargo, ninguna ha resistido la comparación, con ninguna me he sentido tan feliz ni he compartido tantas cosas, ninguna ha sabido, o ha querido, impulsarme hacia donde, aun sin confesarlo, yo en el fondo deseaba ir...
conoce a Rosa, que lo introducirá en los trucos para atraer la suerte que todo binguero debe conocer; y volverá y conocerá a Celia, y al «filósofo de medianoche», y al matématico.

Y volverá al bingo y empezará a cantar premios. Todos los días, líneas y bingos. Y conocerá a Natcha y a la mulata cubana exhibicionista. Y seguirá ganando y conociendo a Arturo, a Maite, a Araceli.

Y al final conocerá a Elisa y
...el hombre que desde hace ya tiempo ha dejado de pensar en las mujeres, tiene una fugaz visión de la muchacha desnuda, tendida desnuda, y él hundiendo la cabeza entre sus piernas...
Y de esta manera recuperará el interés en los años de vida que aún tiene por delante.

Normal que al hombre se le quede algún bingo sin cantar...

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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