August 17, 2008


Peter Pan y la mujer de rojo


Madrugar no madrugué mucho ayer, pero luego aún hice bastantes cosas; regué el jardín, limpié la jaula de los loros, limpié las dos galerías con sus dos barandillas (para que por la noche cayera un chaparrón y ahora estén más o menos como si no las hubiera limpiado), hice la compra, la mini-siesta duró lo que cuesta meter seis canastos en un partido de baloncesto, me tiré tres horas en la Expo sin parar de andar, llegaba a casa a las diez y pico... ni probé el café ni me bebí una mísera Coca-Cola. Vamos, que tenía más que motivos para dormir como un bendito.

Pero no. Me acosté a las dos menos algo (solidario que es uno con la gente que está de fiesta estos días) y vuelta a la derecha, vuelta a la izquierda. Boca arriba, boca abajo. Los ojos como platos. Vuelta a la izquierda, a la derecha. Nada. Voy a poner la radio diez minutos, me dije. Milenio 3, dos historias la mar de interesantes: el asesinato de un Kennedy con una pistola que disparaba 8 balas pero de la que salieron catorce, y los exorcismos de no sé dónde y sus consiguientes espasmos y sufrimientos en las poseídas. Porque suelen ser ellas las poseídas, creo recordar. Los ojos como ensaladeras.

Al rato me dormí, las tres y pico casi las cuatro serían. Pero como no soy una persona equilibrada, mientras yo me sumergía en un ligero sueño, mi brazo izquierdo se durmió profundamente, como si estuviera anestesiado, como si la dosis de anestesia destinada a todo el cuerpo se hubiera concentrado entre el hombro izquierdo y las yemas de los dedos (de la mano izquierda). Ni sentirlo ni moverlo ni nada de nada. Como si no lo tuviera. Eso sí, cuando el resto de miembros del cuerpo ya estábamos despiertos y el brazo izquierdo ha empezado a reaccionar, lo hemos tenido que sujetar entre todos (la mano derecha fundamentalmente) y sumergirlo rápidamente debajo del grifo más cercano para acelerar el doloroso proceso de desencosquillamiento interno. Aghhh, aghhh, aghhh...

Y vuelta a la cama. Y al poco el sueño. No el de dormir, el onírico. No sé de dónde has salido ni dónde estábamos, pero tú ibas vestida de Peter Pan y yo llevaba un vestido rojo, los dos cogidos del brazo (yo debía de ser Wendy). Y a una señora que había por allí cerca le dejaba la cámara de fotos para que inmortalizara el momento, pero le decía «no, no, háganosla de espaldas que no nos puede reconocer nadie». Esto a las seis menos cuarto de la mañana.

Y una hora más tarde, cuando ha sonado el despertador me he dicho «a tomar por c***, me levanto», que he hecho más ejercicio esta noche que si me hubiera cogido una litrona y el paquete de tabaco y me hubiera ido a una verbena pueblerina a dar botes al son de la música.

¡Dios qué noche!

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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