March 27, 2008


Sobre escenarios


El primer recuerdo teatrero que me viene a la cabeza se remonta unos veintimuchos años atrás, cuando estaba haciendo la EGB y en clase montamos una versión de El Gato con Botas. Un poco más tarde, y puede que con la misma profesora hicimos El Mercader de Venecia. Ahora no sé si fue en tercero o en sexto de EGB; le pongo cara a la profesora, pero ni cara ni nombre me cuadran con el curso al que asocio tales representaciones.
Lo mismo da, pero si desde entonces viene mi admiración por Shakespeare, sí que fue grave el asunto.

El siguiente paso en el mundo de la farándula se sitúa también por aquellas fechas, cuando en el sitio al que iba a aprender a tocar la guitarra no se les ocurre otra cosa que organizar un macro festival para Navidad. En aquel tiempo (dijo Jesús a sus apóstoles) no había cosa que odiara más que ir los miércoles por la tarde a tocar la guitarra mientras mi hermana bailaba jotas como una descosida. Así que la idea de actuar delante de un montón de gente a los que odiaba con todas mis fuerzas no era muy seductora pero... nos pusimos nuestros trajes de payaso, me armé de valor (mi fraternal acompañante era mucho más lanzada) y nos cantamos algo, una versión humorística de un villancico, si no me falla la memoria.
La gente se partía de la risa, y nos aplaudió, mucho. Y aquello me gustó. No para repetirlo cada quince días, ni cada seis meses, pero me gustó.

Después vino un largo paréntesis en el que sólo hacía de comediante en privado, paréntesis que se encargaría de romper Tomás Ortiz cuando llegué a COU. Él, profesor de Literatura; yo, que ya apuntaba maneras de intelectual; entremedio, invitaciones a precio reducido para ir al Principal. ¡Qué bien lo hacía aquella gente! ¡Y qué memoria tenían!

Y otro paréntesis, por lo menos igual de largo que el anterior. Hasta que en una de esas tardes de junio en las que me podía el aburrimiento, me acerqué a ver una muestra de una gente que habían estado haciendo un curso de teatro, una muestra de alumnos (las entradas para estas cosas suelen ser baratas y el teatro no me caía lejos). ¿Qué obra era? El Sueño de una Noche de Verano, otra vez Shakespeare.
Y aquello me encantó, ver a gente normal hacer una obra de arte me pareció fascinante. Así que decidí aparcar mis actuaciones clandestinas y salir del armario, y al curso siguiente o al otro allí que me planté. Y ahí sigo. Aunque lo mío no sean precisamente obras de arte.

¿Y por qué toca hoy tragarse este rollo?
Porque hoy se ha celebrado el Día Mundial del Teatro, porque cualquier excusa es buena, y porque en un teatro, aunque no haya nadie encima del escenario, siempre pasan cosas mágicas.

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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