Las dos primeras horas de la mañana mis pupilos no han tenido clase. Había programada una visita a la Delegación del Gobierno para enseñarles cómo se aplican las nuevas tecnologías para hacer más fácil la vida al ciudadano. En teoría, salir del centro y perder dos horas de clase, más cuando son las dos primeras, parecería un motivo de alegría.

A la una y media, cuando los he visto, les he preguntado qué tal la excursión. Bien, nos han dado regalos; Ha sido un aburrimiento; Tendrías que haber venido y te hubieran dado una camiseta; Nos hablaban como si fuéramos tontos... opiniones para todos los gustos.

No me ha costado ni cinco minutos hacer un inventario de todos los obsequios recibidos: bolis, portaminas, camisetas, un vaso para dejar los lápices (¿se diría cubilete?, me suena más a dados, póker, mentiroso...), una caja de clips... Más que una clase parecía que estuviéramos en una oficina de la Seguridad Social, de la Tesorería o de la Delegación de Hacienda, y hay gente muy mañosa que con seis clips se han fabricado unas pulseras de colores de lo más fashion.

Total, que han pasado los cincuenta minutos y toda la chavalería ha salido corriendo como si se quemara el edificio (la última hora es lo que tiene). Y entonces es cuando se me han revuelto las tripas. Más de uno y más de dos se han dejado las bolsas con los regalos. Pase que no eran gran cosa, pero cuando a nosotros nos llevaban a algún sitio, como mucho nos daban una pegatina, si había suerte. Pegatina que todos poníamos corriendo en alguna carpeta o cuaderno, y que a ninguno se nos ocurría perder y mucho menos tirar.

Así que al final, sin haber ido a la excursión, tengo en casa bolis, camiseta, caramelos y un porta CD bien elegante.

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