October 03, 2006
El hombre sin memoria
Sacar a pasear al perro tiene sus pros y sus contras. Lo malo es que no siempre te apetece, que hay veces que preferirías quedarte en casa viendo la tele o echando la siesta. Lo bueno, que te permite ver gentes de muy variados pelajes, conductas temerarias al volante, sobre todo por la noche, y al ir mirando al suelo el 90% del recorrido, te das cuenta de la cantidad de basura que hay por las calles.
Dos de cada tres noches de las que saco a pasear al perro, me encuentro con el hombre sin memoria. No es un anciano, ni tiene aspecto de sufrir ningún tipo de demencia senil, pero lo suyo no es la memoria, y mucho menos la memoria fotográfica.
Su perro no es de una raza fácilmente identificable, un chucho diría yo, bueno, una chucha, que es perra. Tiene las orejas puntiagudas, cara de ser más lista que el hambre y unos dientes pequeños como de rata. Y es miedosa, miedosa a más no poder.
Cuando los veo a lo lejos hay veces que estoy tentado de cambiarme de acera, porque me aburre que me hagan siempre la misma pregunta y que yo tenga que dar siempre la misma respuesta. ¿Es perro?, me pregunta el hombre. Sí, sí, si que es perro, contesto yo, a veces con voz cansada y otra veces como si fuera la primera vez que me lo pregunta. ¡Ah!, pues entonces aún irá, replica él.
No lo he hecho todavía, pero cada vez la tentación es más fuerte. La próxima vez que me lo pregunte le diré: No, no. ¡Es gato!
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Dos de cada tres noches de las que saco a pasear al perro, me encuentro con el hombre sin memoria. No es un anciano, ni tiene aspecto de sufrir ningún tipo de demencia senil, pero lo suyo no es la memoria, y mucho menos la memoria fotográfica.
Su perro no es de una raza fácilmente identificable, un chucho diría yo, bueno, una chucha, que es perra. Tiene las orejas puntiagudas, cara de ser más lista que el hambre y unos dientes pequeños como de rata. Y es miedosa, miedosa a más no poder.
Cuando los veo a lo lejos hay veces que estoy tentado de cambiarme de acera, porque me aburre que me hagan siempre la misma pregunta y que yo tenga que dar siempre la misma respuesta. ¿Es perro?, me pregunta el hombre. Sí, sí, si que es perro, contesto yo, a veces con voz cansada y otra veces como si fuera la primera vez que me lo pregunta. ¡Ah!, pues entonces aún irá, replica él.
No lo he hecho todavía, pero cada vez la tentación es más fuerte. La próxima vez que me lo pregunte le diré: No, no. ¡Es gato!
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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.
Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.