December 22, 2010


¿Y tú por qué no hablas?


Desde principios de octubre tenemos el privilegio de contar en el instituto con una lectora australiana que pasa una hora a la semana con los alumnos. La intención del programa es que los alumnos, en este caso de secundaria, tengan un contacto directo con un hablante nativo de la lengua que están aprendiendo, inglés para más señas.
El contacto directo supone, o se supone que tendría que suponer, la recepción activa de las producciones orales de la lectora y la emisión por parte de los alumnos de las producciones orales que les vinieran a la cabeza, pasadas casi siempre, aunque no es imprescindible, por el filtro de la escasa gramática que conocen y condicionadas por la escasez de vocabulario que a esta edad dominan.
Es decir, se trata de que escuchen con atención tratando de entender cada semana un poco más y de que hablen sin miedo a cometer errores, tratando de hacerse entender a su vez de la mejor manera posible. Pues no hay manera.

Lo de escuchar, sea por lo novedoso de la situación, aún lo hacen bien; lo de entender, ni tienen la paciencia ni la capacidad imaginativa necesaria para situar una palabra en el contexto y deducir por semejanza gráfica o fonética su significado con relación al conjunto del discurso. «Yo no entiendo nada.» «¿Qué dice?», son las frases que más se repiten. Bien es verdad que algunos entienden bastante y se prestan generosos y espontáneamente a hacer de traductores para el resto.

¿Hablamos? De lo de hablar mejor ni hablar. Si de media hay veinte alumnos por clase, dos son los que se lanzan sin miedo, los que intentan llevar una conversación, mientras los demás escuchan o hacen como que escuchan a la vez que pintan en la agenda, o acaban los problemas de matemáticas. Y de estos dos osados concursantes, uno es el que controla y articula oraciones con sentido completo y el otro es el que sin miedo ni vergüenza alguna se pone a juntar palabras y las suelta por la boca más rápidamente de lo que las piensa.
Los veinte espectadores que asisten al intercambio de mensajes orales no entienden lo que dice el primer interlocutor y se suelen reír cada vez que participa el segundo.

¿Por qué no participa el resto de la clase y se limitan a responder —yes, yes— cuando son interpelados por la lectora? Imagino que unos, los menos, por desconocimiento; otros, un grupo reducido, por desinterés; y la inmensa mayoría por vergüenza y miedo a hacer el ridículo, ese afán de perfección por no cometer ningún fallo y pronunciarlo todo como un presentador de la BBC.

Aunque yo les digo que asuman riesgos, que hablen sin temor, que no importa equivocarse o cometer fallos porque así es como se aprende, a estos últimos los comprendo perfectamente, porque a mí me pasa lo mismo.

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Hace casi dos años volví a estudiar francés, después de casi ocho años sin hacerlo, con intención de refrescar un poco aquellas vagas ideas que debían de estar escondidas en algún misterioso lugar de mi mente... No sé por qué me cuesta tanto hablar este idioma, pues su relación con el nuestro es mucho mayor que la que pueda tener el inglés, y sin embargo me cuesta mucho más hablar en francés que en inglés.

Al comenzar las clases, en mi facultad conocí a un chico (francés) que estaba bastante perdido y que me preguntó por la sala de estudio (en español, por supuesto, como un campeón). Unos días más tarde coincidimos en la planta donde se estudia idiomas, le expliqué que estaba estudiando francés; y unas semanas más tarde volvimos a coincidir:

Él inició esta vez la conversación en francés, en esas semanas de clase se supone que yo había aprendido lo suficiente como para tener una pequeña conversación, pero me quedé completamente bloqueado, tan sólo fui capaz de saludar y recuerdo que en ese momento fui presa del pánico...

Al leer tu entrada me he sentido identificado con todos esos renacuajos. A menudo pienso que una de las razones que más me condiciona es el conocer poco vocabulario; intento construir una oración pero hay muchas palabras que desconozco cómo se dicen en francés (y no sólo me refiero a sustantivos, sino también a adjetivos y verbos) y entonces me bloqueo.
 
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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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