May 15, 2007


Érase una vez...


... una preciosa princesa que vivía en un reino lejano. En ese reino había un castillo, una colegiata y una torre. Era un reino con mar.

Una mañana de verano, un joven caballero, "El Caballero de la Roja Nariz", ocioso como todos los caballeros en aquel tiempo de paz, y despistado como era, se adentró en las fronteras del reino vecino, reino en el que, cosas de los cuentos de hadas vivía la princesa.
Helena, que así se llamaba la princesa protagonista, también estaba aburrida y, desde la ventana de su torre se lamentaba sin cesar: «¿No habrá en todo el Condado un príncipe normal? ¡Cuán desdichada soy! ¿A nadie le apetece un poco de conversación?»

El caballero que oyó aquellos lamentos, levantó la mirada y dijo: «Señora, yo muy normal no soy, pero si lo que deseáis es un rato de conversación, yo también lo necesito.»

Y empezaron a hablar y, cosas de los cuentos de hadas, se cayeron bien y, de vez en cuando, se reían y, enseguida se dieron cuenta de que a los dos les gustaban cosas parecidas, en fin, que se les pasó la mañana volando; y como los dos tenían poco que hacer en aquellos calurosos días y, los sermones, bendiciones y liturgias no les iban mucho, acordaron que algún domingo si no tenían nada mejor que hacer volverían a hablarse.



Y a los siete días allí estaban otra vez, riendo y sonriendo, hablando y comentando. «¿Y tú qué tal?» «Yo bien, ¿y tú?» «¿Te puedo hacer una pregunta?» «Claro, y dos si quieres también.» «¿Por qué te llaman El Caballero de la Roja Nariz?» Aquí el caballero dudó un segundo, metió la mano en su alforja, la acercó a su cara y dijo: «Mira, a veces me pongo esta cosa de goma en la nariz, cuando vienen los Infantes a Palacio y, les hace gracia.» «Ja, ja, já. Es un nariz de payaso. Estás muy gracioso.» «Gracias», respondió el caballero mientras el rojo de la nariz se le extendía a las mejillas.

Y así pasaban las mañanas de domingo, entre risas y bromas. Después empezaron a hablar algún lunes y algún martes. Y algunos días no hablaban, que aunque estemos en un cuento de hadas, el verano se acabó y los dos empezaron a trabajar. Eso sí, se reían, se contaban cosas y cada vez estaban más a gusto juntos.

Un día la princesa Helena se enteró por un heraldo llegado de muy lejos de que un famoso trovador iba a dar un recital en el reino donde vivía El Caballero de la Roja Nariz y al hablar la siguiente ocasión le preguntó que puesto que ella tenía intención de ir con una doncella amiga, si le gustaría que se conocieran en persona, porque no olvidemos que hasta ahora siempre se habían hablado a distancia, la princesa desde su torre y el caballero estirando el cuello desde abajo, que entre la armadura y la postura, había ratos que apenas le llegaba la sangre al cerebro.

¿Por dónde íbamos? Sí, el caballero se lo pensó otro segundo y aceptó, que sí, que le encantaría invitarla a una cerveza, o a dos, antes de que empezara el recital.

(...)

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Quizá haya algún tesoro / muy dentro de mi entraña. / ¡Quién sabe si yo tengo / diamante en mi montaña / o tan sólo un pequeño pedazo de carbón! / Los árboles del bosque de mi isla / sois vosotros, mis versos.

Salen los niños alegres / de la escuela, / poniendo en el aire tibio / de abril canciones tiernas. / ¡Qué alegría tiene el hondo / silencio de la calleja! / Un silencio hecho pedazos / por risas de plata nueva.


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